lunes, 20 de junio de 2011

Cuando digo transparencia

Niego la opacidad y el oscurantismo. Cuando hablo de participación deseo enterrar modelos basados en la exclusión. Si abogo por la democracia real no cuestiono al sistema sino que me predispongo a formular propuestas para enriquecer y mejorar nuestra democracia; no niego la democracia ni la legitimidad de sus representantes. Como dice Ramón Jaúregui, no hay alternativa a la democracia, no existe un contramodelo democrático. Con todas sus limitaciones, con todas sus imperfecciones, las asambleas legislativas aseguran la soberanía popular y los partidos políticos vertebran la participación democrática.

¿Y qué pasa cuando los cauces de participación son insuficientes? ¿O no dan respuesta a los nuevos modos organizativos de una "sociedad digital"? Se están generando respuestas que van desde el ancestral desprecio a los partidos -urticaria de los regímenes dictatoriales- hasta la formulación de nuevas propuestas para revitalizar las organizaciones políticas. Es el caso de la propuesta que en estos días cobra forma en la red bajo la denominación de "Socialismo Abierto". Una traslación de los valores del open government al ámbito de la organización socialista. El desprecio a los partidos, que ahora parece reducirse al bipartidismo, olvida que en nuestro sistema son los partidos los que vertebran la democracia. ¿Puede haber democracia sin partidos? Es una cuestión previa que debiéramos plantear al hilo de lo que llevamos leído y escuchado entre el 15M y el 19J. ¿Están operativas las nuevas formas de organización política que articularán la sociedad del futuro? Nos tememos que no aunque tampoco tardarán mucho en cristalizar. Ya ocurre que se toma buena nota en los partidos políticos de las actuales movilizaciones; queremos aprovechar todo aquello que sirva para profundizar en la democracia. Algunos, incluso, aseguran que la influencia de las últimas movilizaciones se nota ya en las Cortes porque a partir de septiembre, el patrimonio y los ingresos de diputados y senadores será público. Y se preguntan si esta política de transparencia habría llegado sin las protestas de este último mes. Se sorprenderán si supieran que desde los partidos y los gobiernos democráticos se trabaja desde hace algún tiempo en mejorar los sistemas de participación ciudadana para que no quede limitado a una votación cada cuatro años, pero sin cuestionar la representatividad de los representantes elegidos por el pueblo y la de los partidos que los presentan. El hito más claro es el proyecto de ley de participación o de transparencia que el gobierno socialista prometió y que finalmente podrá ver luz antes del término de la presente legislatura cuando supere todas las dificultades que aún le restan por vencer. Y es conveniente explicar que el gobierno no estuvo cruzado de brazos durante estos siete años. En el haber están el Código de buen Gobierno de 2005, la regulación de los conflictos de intereses de los altos cargos, la publicación en BOE de la renta y patrimonio de todos los altos cargos; la regulación del principio de publicidad en las adjudicaciones de los contratos públicos, en la publicidad de las subvenciones, en la transparencia financiera de las relaciones entre empresas y administraciones públicas y, sin olvidar, la creación de una Oficina presupuestaria de las Cortes Generales a petición del mismo parlamento.
Cuando decimos transparencia, debemos recordar también que en los últimos años se hizo un gran esfuerzo por incorporar esta cultura a la Admistración española. Nos queda el último tramo, el que puede caminarse tras haber conseguido un alto grado de administración telemática en nuestro país, gracias a programas como el "Plan Avanza 2". Ahora es el tiempo de recoger la mejor cultura de la transparencia esbozada por el Consejo de Europa y lo países más avanzados del mundo. Y si la movilización social es una palanca, aprovechémosla para dar una adecuada respuesta a quienes manifiestan hambre y sed de más y mejor democracia.

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