jueves, 4 de diciembre de 2008
1978
Una Constitución de treinta para jóvenes menores de veinte
Los aniversarios tienen eso. Son citas para rememorar. Casi siempre recuerdan hechos que han quedado atrás. Pero en el caso de la Constitución del 78, hay un matiz importante: está viva. Sigue su curso segura, amparando el funcionamiento de un estado de derecho que no gusta a delincuentes de diverso pelaje: esos que atentan contra la vida de los ciudadanos. Este aniversario lo ha teñido con el rojo de la sangre de Uría. Una muerte absurda más, un peldaño menos para alcanzar la victoria de la decencia.
Cuando solicitan mi presencia para explicar la Constitución a jóvenes estudiantes de bachillerato o ciclos formativos de FP siempre me hago las mismas preguntas:
¿Será más difícil este año que alcancen a comprender el significado de nuestra Constitución? ¿Llegarán a captar su dimensión como triunfo de la democracia en un país que estuvo huérfano de libertades durante 40 años?
Y cada año regreso con las mismas dudas acerca de la brecha existente en la interpretación del significado de la Constitución entre las generaciones que vivieron la llegada de la democracia y la que ahora se asoma a la mayoría de edad.
Pero he podido apreciar un dato nuevo. En estos días he visitado varios centros de mi provincia. El denominador común es la creciente preocupación por lo que les va a pasar a ellos en el futuro inmediato. Lo alentador del fenómeno es que la explicación de la Constitución suscita el debate en torno a los problemas que están ahí: La crisis económica y el desempleo, las deficiencias de nuestro sistema universitario, el proceso de Bolonia, el funcionamiento de la justicia…
Es un modo diferente de interpretar nuestra Carta Magna. La Constitución como proyecto de país sobre cuya construcción planean serias dificultades que requieren la unidad de todas las fuerzas políticas. Como lo fue en un principio, en el espíritu de la Transición.
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